Es muy fácil para los filósofos apelar al humanismo con tal de evitar el transhumanismo y los excesos que conlleva. Pero para Olivier Rey, miembro del Institut d’histoire et de philosophie des sciences et des techniques, significa que no hemos comprendido que tanto el transhumanismo como el humanismo se basan por igual en el deprecio del hombre.
En su libro, Leurre et malheur du transhumanisme (Desclée de Brouwer, 2018), Olivier Rey escribe que es ilusorio el dar demasiada importancia a las posibilidades que nos ofrece el transhumanismo. Lo que importa no es tanto el cyborg o el que seamos capaces de descargar nuestra inteligencia en un disco duro, sino entender qué es el transhumanismo como paradigma dominante. Lo que importa no es lo que nos dice la ideología transhumanista sobre la máquina, sino lo que nos dice sobre el ser humano.
Del humanismo al transhumanismo
El humanismo renacentista, dice Olivier Rey, consistió en “otorgarle un valor nuevo a los seres humanos y a sus acciones en el mundo, era una emancipación de las mentes frente a los dogmas, en la que se promovía el pensamiento racional y libre al igual que la crítica”. El humanismo es la glorificación que el hombre hace de sí mismo. El ser humano finalmente se libera de sus antiguos límites: de Dios, de la naturaleza y de la tradición. Esta centralidad otorgada al hombre puede encontrarse en otra idea defendida por Condorcet: la perfectibilidad. Condorcet – campeón de la perfectibilidad y del progreso indefinido, así como asesino de la “ignorancia supersticiosa” – escribe que una de sus grandes esperanzas es “la superación real del hombre”. Este mejoramiento moral y físico del hombre será producido gracias a los nuevos descubrimientos hechos con respecto a las artes y las ciencias.
Igualmente, la glorificación del hombre va de la mano de un discurso despectivo sobre sus propios orígenes. Voltaire escribió que pasábamos nueve meses “en medio de una membrana maloliente de orina y heces”. No resulta trivial que Voltaire, quién solía exaltar la mecánica newtoniana, imaginará que Dios era una especie de geómetra eterno. El humanismo celebra al hombre en sí, pero la misma naturaleza humana resulta engorrosa. El hombre debería ser puramente razón y debería ejercitarla constantemente mediante la trascendencia de los límites que le han sido impuestos por su misma naturaleza. El hombre racional debe ser “nuestro único punto de partida y el único lugar al que debemos retornar siempre” (Diderot).
Además, la lucha contra la naturaleza, que ha engendrado el despliegue tecnológico, terminó por “desmoralizar” totalmente a la naturaleza humana, provocando que fuera víctima de toda clase de abusos. Para Olivier Rey, la correlación entre el hombre y la naturaleza es tal que, si la misma naturaleza es deshonrada y neutralizada, el hombre no se verá reforzado por el imperio que dice tener sobre la naturaleza, sino que sucederá todo lo contrario: “será reducido por la misma imagen que la naturaleza presenta de sí misma”. En otras palabras, cuanto más es empobrecida la naturaleza, más acaba por empobrecerse la concepción que el mismo hombre tiene de sí mismo. Buscando esclavizar a la naturaleza, los dispositivos que el hombre ha creado para ello únicamente lo esclavizan mucho más a él mismo. El regnum hominis sobre esta naturaleza neutralizada, dice Olivier Rey, sólo puede ser transitorio: “el soberano está llamado a disolverse en aquello sobre lo que reina, pasa de ser aquel que manipula todo a ser otro objeto que es manipulable”.
El transhumanismo como triunfo del humanismo
El paradigma del transhumanismo es un heredero del humanismo cartesiano y del pensamiento spinozista. Cuando Descartes escribe que debemos dejar de utilizar en la física argumentos que estén basados en las causas finales, es decir, cuando se destruye la idea de causa final, acabamos rompiendo con la lógica aristotélica de la causa final. Descartes reduce la ciencia a la concepción de una materia que es puramente matematizable. Además de eso, el dualismo que plantea, según el cual la sustancia pensante es distinta del cuerpo, lo impulsa a comparar al hombre con un autómata en un intento de descifrar la propia sustancia del hombre, “de la cual toda la esencia o naturaleza es sólo una forma de pensar” (Discurso sobre el método). Por su parte, Spinoza hace que la razón pura sea totalmente independiente de la revelación. Primero estudia la realidad de Dios planteando que la sustancia divina es necesaria, infinita y única. En consecuencia, Spinoza afirma de este modo que el alma y el cuerpo no son dos sustancias distintas, con lo que le pone fin al dualismo cartesiano. El hombre es, por el contrario, una modalidad finita de la sustancia divina.
Descartes y Spinoza proporcionaron de esta manera las ideas directrices para una concepción racionalista de lo viviente que acabaría por conducir al mecanicismo del L’homme-máquina de Julien Offray de La Mettrie. Frente al dualismo cartesiano, La Mettrie sostiene un monismo materialista radical. Lo que Descartes dice sobre los animales, La Mettrie lo aplica al hombre, de ahí la idea de que el hombre es una máquina. “Dado que todas las facultades del alma dependen tanto de la propia organización del cerebro como de la de todo el cuerpo, que es la parte visible de esa misma organización, ¡podemos sostener claramente que estamos ante una máquina! “(L’homme-machine). El hombre ya no es una criatura de Dios, como en Descartes y Spinoza, sino una máquina deseante. ¿No escribió La Mettrie también el Art de jouir? Tanto para Descartes, Spinoza y La Mettrie el hombre y el mundo son vistos a través de semejante construcción, lo que prepara el terreno para el transhumanismo, lo único que hacia falta eran las posibilidades técnicas para ello.
Los humanistas y los transhumanistas están unidos de muchas formas en pos de una causa común. Ambas corrientes ven al hombre como una máquina deseante puramente funcional. Ambas corrientes son partidarias del progreso indefinido. Ambos corrientes están interesadas en salvar al hombre al destruir por completo el marco mediante el cual el hombre se piensa a sí mismo como ser humano.
Francis Bacon, a quien los enciclopedistas tenían en muy alta estima y quien consideraba a Aristóteles como un “sofista odioso”, describió en The New Atlantis un programa para prolongar la vida, restaurar la juventud, retrasar el envejecimiento y demás. Para Bacon, “el hombre es un dios para el hombre”. Pero, así como lo que se nos promete la nueva Atlántida presupone también la Atlántida que se ha perdido, el transhumanismo y su hombre perfeccionado presuponen el humanismo y su hombre inferior. De hecho, Bacon pensaba que el reino del hombre no significaba tanto la muerte de Dios como “la restauración del hombre y, principalmente, la restauración de la soberanía y el poder que él mismo tenía sobre el mundo en el estado primigenio en el cual fue creado”. En otras palabras, para Bacon, el reinado del hombre y la tecnología significa un regreso al paraíso perdido.
Solo Dios puede salvarnos
Olivier Rey escribe que los filósofos que se basan en el humanismo para criticar al transhumanismo apelan a una nulidad intelectual. “El pretender que se puede oponer la santificación del hombre frente al transhumanismo es una respuesta inadecuada y desesperada y es desesperada porque es inadecuada”.
Si tal ilusión funciona, “es porque la misma artificialidad de los estilos de vida contemporáneos nos ha hecho perder por completo cualquier sentido de la realidad”. Podemos ver que tanto los humanistas como los transhumanistas rompieron, en nombre de la práctica y la eficiencia, con la metafísica, que alguna vez fue el fundamento de todas las ciencias y que establecía cuales eran las causas fundamentales del ser.
Frente al humanismo y el actual “ambiente transhumanista”, frente a lo infrahumano y lo poshumano, debemos redescubrir el sentido del hombre, tanto en su relación con el mundo como con la naturaleza. Esto supone romper con el principio cartesiano que consiste en pensarse a uno mismo antes que pensar la realidad. Al contrario, debemos reconocer que nuestros sentidos no nos engañan y que lo real no es una ilusión, sino un dato primario.
Sobre todo, supone que el hombre encuentre una relación con lo divino, porque “las raíces del cielo están en tan mal estado como las raíces terrestres”. Olivier Rey nos invita ante todo a una revitalización de nuestras facultades espirituales. Santo Tomás de Aquino afirmaba que la gracia, que presupone la naturaleza, no destruye esta naturaleza, sino que la cura y la perfecciona. ¿No podemos, por tanto, pensar que el hombre será perfeccionado por esta gracia divina?
Por Thomas Julien
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Fuente: http://rebellion-sre.fr/lhumanisme-est-un-transhumanisme/
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