Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera Sociólogo, profesor emérito de la Sorbona y miembro del Institut Universitaire de France, Maffesoli es autor de La Nostalgie du Sacré en donde habla sobre la renovación de la espiritualidad.
Raphaël Juan: Michel Maffesoli, en el último libro que ha publicado, La nostalgie du sacré, continuas con la reflexión que ya habías comenzado en la La parole du silent, la cual consiste en volver al origen de la palabra religión (del latín religare, vincular) y entenderla como el cemento social que creó en nuestra consciencia las características de esta sacralidad en común. Esta sacralidad de la que hablas, ¿de dónde viene y cómo lo definirías?
Michel Maffesoli: Me gustaría destacar que los análisis que hago en La Parole du Silence(Cerf 2016) y La Nostalgie du sacré (Cerf 2020) están vinculados a una perspectiva socio-antropológica y que nada tienen que ver con una perspectiva teológica que es definida por la fe. Lo sagrado, o más bien lo sacro, describe una religiosidad imperante, es decir, la religión como fenómeno social, mientras que la fe debe entenderse como algo adscrito a la intimidad de cada persona, a su “fuero interno”.
Muchos autores, y pienso en particular en Emile Durkheim en su libro Les formes élémentaires de la vie religieuse o en Gilbert Durand en Sciences de l’homme et tradition, nos señalan cómo en formas diversas, pero de manera coherente, la religión es un elemento que antecede a la vida social. Durkheim llega incluso a decir, haciendo énfasis en ello, de que se trata de un fenómeno de lo “social-divino”. Dependiendo de en que momento nos encontremos, esa idea ha sido más o menos fuerte. Así que, a lo largo de la Modernidad, desde el siglo XVII hasta la primera mitad del siglo XX, la aplanadora del racionalismo fue paulatinamente deshaciéndose de esta dimensión religiosa, dando lugar a lo que Max Weber llamó correctamente como el “desencanto del mundo”. Parece que, y en todo caso eso es lo que pienso, hoy día – con el nacimiento de la posmodernidad – lo sagrado, e incluso lo sacral, regresan a un primer plano. ¿Cuál es su fuente? ¿Cuál es su origen? Es difícil dar una definición exacta de lo que entendemos por lo sagrado. Pero podemos decir, siguiendo a los autores que acabo de citar, que se trata de una estructura antropológica, si con ello entendemos que es el único modo que tenemos para captar de una forma adecuada lo visible por medio de lo invisible. O también, y esto ha sido señalado por muchos autores importantes, sólo se puede entender lo real a partir de lo irreal. Lo que trato de hacer, tanto en esta obra como en La Parole du Silence, es retornar al análisis del imaginario religioso.
RJ: En tu libro haces énfasis en que el misterio es necesario para cualquier sociabilidad este siempre impregnada con lo sagrado, y esto se aplica siempre y cuando se trate de una sociabilidad autentica. Y te refieres a una extraña figura, mencionada por Georg Simmel, que se llama el Rey Subterráneo. ¿Quién es este Rey Subterráneo? ¿Está relacionado con el Rey del mundo del que hablaba René Guénon?
MM: Primero es necesario comprender que, a raíz de la filosofía de la Ilustración, la cual se desarrolló en el siglo XVIII y alcanzó su apogeo a lo largo del siglo XIX, la idea del misterio acabó siendo relativizada de un modo permanente e incluso llegó a ser negada. Por mi parte, quisiera recordarles a todos que, respecto al diálogo entre lo visible y lo invisible, el claroscuro sigue siendo una de las características esenciales de la especie humana. Precisamente, es en este sentido que debemos entender la misma palabra “misterio”, con la que se enfatiza tanto la importancia de las sombras como el hecho de que es ese mismo fenómeno de una sombra compartida por todos la que constituye nuestra socialidad básica.
Por esa razón, un pensador tan importante como Georg Simmel hablaba repetidamente sobre un “Rey Subterráneo”. No estoy seguro de que semejante concepto puede ser comparado con lo que René Guénon llamaba “el Rey del Mundo”. La propia idea del Rey Subterráneo nos hace conscientes de que, junto a la existencia de un poder dominante, de un poder instituido, de un poder establecido, existe una sociedad extraoficial, que no es otra cosa que aquello que yo llamo la soberanía popular: la cual (aunque se encuentra oculta) es, sin embargo, real y, regularmente, tiende a afirmarse para ser reconocido como tal. Son estas diversas metáforas las que permiten subrayar la importancia que debemos dar o volverle a dar al misterio como elemento que estructura la vida de todos nosotros como conjunto. Debemos recordar el hecho de que existe una similitud semántica entre palabras tales como misterio, mito, mudez, mítico, etc. Palabras que señalan la relevancia del hecho de que más allá de una actitud un tanto paranoica, que consiste principalmente en querer explicarlo todo, también existe, en el corazón mismo de todo conocimiento social, elementos secretos que nos permiten comprender, en todo el sentido del término, que esta socialidad básica – relacionada con la vida cotidiana – no puede explicarse únicamente sobre la base de la racionalidad. Por mi parte, he dedicado todo un libro a ello: Eloge de la raison sensible, es decir, a la necesidad de complementar la razón, la razón de la Ilustración, con lo sensible, que se remite a las sombras que constituyen, igualmente, la vida individual y la vida colectiva.
RJ: La fermentación, la acción de las sombras, la oscuridad, el secreto, el silencio, todo ello te parece que son pilares necesarios para hacer germinar lo divino, sea en forma individual o colectiva. ¿Puedes, por favor, profundizar en esta “estrategia de las tinieblas”?
MM: De hecho, es importante observar que el “la acción de las sombres” o el secreto, es un principio constitutivo tanto desde un punto de vista individual como desde un punto de vista colectivo de la existencia humana. En este sentido, podemos hablar de una “estrategia de las tinieblas”.
Para explicarme mejor, prefiero usar un término latino de la filosofía medieval: discretio, que se refiere a la necesidad de ser discretos y es esa discreción la que da origen a la que quizás sea la característica esencial de nuestra especie animal, el discernimiento. Entonces, en lugar de centrarnos exclusivamente en la dimensión explicativa de la razón como razonamiento, el silencio es también una forma de comprensión y, en el sentido estricto del término, el fundamento de toda la vida social, lo que llamó la socialidad. El explicar consiste en desplegar la realidad, vincular cada fenómeno a una causa, por el contrario, comprender es captar todos los fenómenos en su interacción, es lo que llamamos un ecosistema. La explicación es la búsqueda de causas puramente racionales, la comprensión tiene en cuenta los sueños, las emociones, todo lo que el racionalismo puro descarta.
Así que, mientras la sociabilidad es consecuencia de una sociedad puramente racional, la socialidad tiene en cuenta la totalidad del misterio social.
RJ: Este libro es, entre otras cosas, una apología al genio del catolicismo por quizás haber entendido la naturaleza humana mucho mejor que otras religiones, y especialmente mejor que el protestantismo. La comunión de los santos, el culto a la virgen, la piedad popular, la integración de la herencia grecorromana, la trinidad, la “tolerancia” al pecado, son ideas y prácticas que llaman mucho la atención, ¿por qué?
MM: Me parece que, de hecho, a diferencia de la dimensión demasiado racional del protestantismo que se desarrolló a partir del siglo XVI, el genio del catolicismo supo mantener lo que el filósofo Jacques Maritain llamó “un humanismo integral”. El humanismo se expresa consistentemente en el catolicismo tradicional, en el culto a los santos, en la devoción mariana, en la piedad popular con sus diversas manifestaciones y, por supuesto, en el fuerte énfasis que se le da al misterio de la Trinidad. En cada uno de estos casos, lo que está en juego es, más que la simple fe individual, el hecho de que la esencia misma de la religión es siempre una relación, es decir, un camino en donde nos encontramos en una relación, nos conectamos. Desde este punto de vista, he dedicado varias páginas a semejante misterio en mi libro, a la idea de la Trinidad que es una peculiaridad del cristianismo tradicional enfatizada por el catolicismo y que se explica mejor en esa primum relacionis o para decirlo a la manera de un filósofo católico, Max Scheller, el ordo amoris,que no es otra cosa que el sello distintivo de todo intercambio y de las formas de compartir. No debemos tener miedo a relacionar este ordo amoris trinitario con el dogma de la comunión de los santos que enfatiza lo que debemos llamar la reversibilidad como el elemento más importante del estar-juntos todos nosotros. Es esta reversibilidad la que podemos encontrar en este compartir, en el intercambio, en la ayuda mutua que, impulsada por la cultura digital, vemos que retorna con fuerza a nuestra sociedad. Lo que ahora se llama la sociedad colaborativa es un buen ejemplo.
RJ: Parece que usted está convencido de que existe un retorno de las nuevas generaciones de jóvenes al catolicismo. Sin embargo, en Francia (la situación es totalmente diferente en Italia o incluso en España), el descenso de la práctica y, en particular, de la asistencia a misa ha sido inmenso y se mantiene constante desde mediados de los años 60. ¿Qué signos e indicios usted tiene para hablar sobre un regreso del catolicismo entre los jóvenes?
MM: Esta nostalgia por lo sagrado se nota particularmente en las aspiraciones y prácticas de las generaciones más jóvenes. Por supuesto, no se puede negar que existe una creciente secularización en muchos países. Digámoslo claramente: la secularización es consecuencia del racionalismo ilustrado del siglo XVIII y del auge del mito del progreso durante todo el siglo XIX. Pero junto a esa secularización, no es menos interesante observar que desde hace varias décadas ha habido un retorno a una dimensión espiritual que es cada vez más visible y que podemos identificar gracias a múltiples signos. Por ejemplo, el desarrollo de las comunidades carismáticas, el importante renacimiento de las peregrinaciones, el renacimiento de las comunidades monásticas, todo esto es identificable de forma particular gracias a las diversas redes sociales que florecen en la Internet. En estas redes sociales existen grupos de investigación y discusión sobre la filosofía tomista, sobre la meditación y sobre diversas vías de acceso a la contemplación. Estos son los indicios (index, que significa puntos) del resurgimiento del catolicismo entre las generaciones más jóvenes y que posteriormente acabara por contaminar a todos los demás estratos de la sociedad.
RJ: Usted insiste en que la tradición es la fuente en que abreva el imaginario de los pueblos con el que viven y crean. ¿Cuál es la tradición que usted defiende, se trata de la inmemorial sophia perennis, o acaso del cristianismo primitivo, de las tradiciones populares de los pueblos o del pasado mítico? ¿Cómo podemos promover hoy la transmisión de esta tradición?
MM: Como he señalado a menudo, y al principio de mi carrera le dediqué un libro completo al tema, el progreso fue el gran mito del siglo XIX y, no lo olvidemos, fue el apogeo de la Modernidad (La violence totalitaire, 1979). La característica del progresismo consistió en extraer todas las consecuencias de la filosofía hegeliana de la historia, que consistió en desarraigarnos tanto del pasado como del espacio, para poder llevarnos a un paraíso futuro: la sociedad perfecta. Algunos grandes expertos, principalmente pienso en Karl Löwith, no dejaron de señalar que este progresismo era una forma secularizada del mesianismo judeocristiano. El paraíso ya no es realizado en el cielo, sino que más bien es realizado en la tierra.
Fue este mito del progreso el que, en cierto modo, invalidó la tradición, es decir, todo lo que se encontraba ligado al pasado, a la lenta sedimentación de las culturas humanas. Me parece, que lo podemos resumir con la expresión de Leon Bloy: “el profeta es el que recuerda el futuro”, que más allá o por debajo de la búsqueda futurista de la felicidad que vendrá, existen varias maneras de retornar a la tradición. Es precisamente esta tradición la que el magisterio de la Iglesia católica ha sabido preservar hasta ahora. Lo que se ve particularmente en las prácticas populares que están arraigadas en distintas regiones, con sus cultos a los santos particulares o en las numerosas romerías locales. Esta tradición es precisamente la expresión de una sabiduría popular, de la sophia perennis que de una manera más o menos discreta recupera la fuerza y el vigor de las distintas fiestas o festivales basados en las tradiciones históricas, recordándonos la fuerza del ritmo (ritmo:rheein, fluir) de la vida, es decir, que las cosas sólo pueden fluir desde una fuente.
Usando un oxímoron que he utilizado con frecuencia en el transcurso de los años, la tradición es la expresión de un enraizamiento dinámico, es decir, el reconocimiento de que, como todas las plantas, el ser humana es una planta que necesita echar raíces para crecer y desarrollarse.
RJ: Sabemos que las relaciones entre las organizaciones masónicas y la Iglesia católica son muy complejas y a menudo han sido conflictivas por diversas razones. Usted cita con frecuencia a Joseph de Maistre, que era un católico intransigente y un francmasón de alto rango. ¿Qué piensa de que la figura de Joseph de Maistre – quien también fue un gran defensor de la tradición – nos puede aportar hoy en día y acaso usted cree en la posibilidad de una reconciliación entre la masonería y el catolicismo a corto plazo? De todos modos, esta reconciliación resultaría deseable, si es que lo entiendo bien…
MM: Es cierto que las relaciones entre la masonería y la Iglesia católica no siempre fueron cordiales. Habiendo dicho esto, entre la inmensa cantidad de diferentes obediencias franc-masonas, algunas de las cuales se describen así mismas como “regulares”, conservan una cierta preocupación por la espiritualidad e incluso tienen como una de sus características esenciales al esoterismo como el principio por el cual permanecen juntos.
Joseph de Maistre siempre ha sido una fuente de inspiración para mí: escribió textos muy hermosos sobre la masonería tradicional y siempre fue un firme defensor de la catolicidad. En este sentido, sus escritos son de gran ayuda para un futuro acercamiento entre la masonería y la Iglesia católica, que ya no puede considerarse una utopía lejana. A este respecto, recuerdo un excelente escrito de mi maestro Gilbert Durand, Un comte sous acacia (reeditado en Gilbert Durand, Pour sortie du 20esiècle, CNRS editions 2010) donde recuerda en unas páginas llenas de inspiración como el pensamiento de Joseph de Maistre hace parte de una tradición mística que resulta ser un elemento importante de la Iglesia Católica.
RJ: Dices considerarte un incrédulo, pero en tus libros más recientes parece cada vez más patente que te estas alejando poco a poco del paganismo orgiástico desarrollado en L’ombre de Dionysos, por poner un ejemplo, y que te estas acercando al gran silencio de los monasterios católicos. ¿Acaso eso significa que, de manera personal, estas esperando o quieres recibir la Gracia?
MM: Muchas veces digo que soy católico y no cristiano, inspirándome en Auguste Comte y quizás en Charles Maurras. Recuerdo que, gracias al culto a los santos y a la veneración mariana, la Iglesia católica ha mantenido una cierta forma de politeísmo. En mi libroL’Ombre de Dionysos, muestro que algunos de los cultos a los santos, por ejemplo, el de San Potino de Lyon, tienen su origen en la veneración de una divinidad itifálica que la Iglesia católica había conocido y que con sutileza bautizó, si es que se puede expresar así. También creo que la mística desarrollada en los monasterios católicos está muy en sintonía con el espíritu de la época posmoderna. No tengo que explicar lo que espero personalmente de tal movimiento, de tal evolución, pero recuerdo que la gracia o el misterio de la Encarnación, que es una metáfora muy hermosa del catolicismo, ha sido capaz de desarrollar lo que a menudo he llamado la trascendencia inmanente. Esta inmanentización de lo invisible en lo visible la podemos encontrar en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino cuando él nos recuerda que no hay nada en el intelecto que no haya estado primero en los sentidos (nihil est in intellectu quod non sit prius in sensu).
En el libro que estoy escribiendo y que seguirá a La Nostalgie du sacré me he inspirado en un hermoso libro del cardenal John Newman: Grammar of Assent, en el que muestro la importancia de referirnos al Magisterio católico, al culto a los santos, y que esto nos puede ayudar a comprender ese asentimiento que es propio de la sabiduría popular y el cual consiste en decir “sí a la vida”, “sí a la vida de todas sus variantes”.
Fuente: http://rebellion-sre.fr/michel-maffesoli-la-nostalgie-du-sacre/
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