Cornelius Castoriadis: en el corazón del Laberinto…

Cornelius Castoriadis: en el corazón del Laberinto…

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera . Cornelius Castoriadis, un intelectual atípico, fallecido a finales de 1997, había intentado identificar la modernidad occidental y repensar el proyecto revolucionario en un momento donde se producían las últimas mutaciones del capitalismo. Partiendo de la riqueza de un enfoque multidisciplinario, basado en un conocimiento extraordinario de varios campos del pensamiento (sociología, filosofía, economía, historia, psicología), elaboró una teoría que mantenía en una perpetua evolución. Hasta ahora poco conocido por el gran público, ha comenzado a ser redescubierto precisamente dentro de los distintos movimientos de protesta.

Pensando la modernidad occidental

Nacido en Grecia en 1922, participó desde su juventud en el Partido Comunista de su país. Rechazando alinearse con Moscú, como joven estudiante se une a lo que le parece ser la única oposición revolucionaria al estalinismo: el trotskismo. Después de la guerra, emigró a Francia y fundó una tendencia dentro de la sección francesa del Partido Comunista Internacional. La observación de la realidad social y los círculos escleróticos de la extrema izquierda le hacen comprender los límites de este movimiento. Considerado fundamental una nueva apreciación de la evolución de la economía capitalista y las orientaciones del Movimiento Obrero, cofundó en 1949 con Claude Lefort el gruporevistaSocialisme ou Barbarie. La ruptura con el trotskismo es total y la crítica al estalinismo es radical. Socialisme ou Barbarie insistirá particularmente en el hecho de que las sociedades del Este como del Oeste del Muro estaban dominadas por dos variantes del mismo sistema social: el capitalismo burocrático y el capitalismo liberal.

La crítica al burocratismo en Oriente es bien conocida y no volveremos a ella, ya que este sistema ya ha desaparecido. Más interesante (y especialmente en la agenda de hoy) es la reflexión de “Castor” sobre la evolución del mundo occidental en un momento de dominio total de la economía. La posguerra estuvo marcada para Cornelius Castoriadis por el surgimiento de la burocratización de la sociedad y la privatización de los individuos: “consumo para el consumo en la vida privada y organización para la organización en la vida pública”.

La burocratización de la sociedad corresponde a la toma del poder por “especialistas”, “expertos” y “tecnócratas” de la dirección de todas las actividades colectivas. Este aparato impersonal está organizado de manera rigurosa y jerárquica para no dejar lugar a la autodeterminación popular. Junto con este despojo de la capacidad de elegir el propio destino, viene la privatización de los individuos. Este es un retraimiento a la esfera privada, desinterés por todas las formas de actividad social y asuntos públicos. Estos dos aspectos destacados de nuestras sociedades, Castoriadis los analiza como la capacidad del capitalismo para explotar e integrar, al mismo tiempo, grandes franjas de la población. A través de este complejo proceso, a través del confort, el consumo, el ocio, el conformismo, el sistema capitalista, esta “pesadilla climatizada”, logra ganar la servidumbre voluntaria, la adhesión del pueblo, mientras lo explota: “La creciente alienación de los hombres del trabajo se compensa con “el aumento del nivel de vida”. Pero en esta sociedad, el ingreso tiene poco “significado excepto a través del consumo que permite”, y esto tiende a ser nada más que la satisfacción de necesidades artificiales fabricadas por industriales y publicistas. De lo social a lo político, nos encontramos con la lógica imposible del capitalista: se solicita la participación, pero se prohíbe cualquier iniciativa fuera de las normas del sistema. Ella forja un individuo “definido por la codicia, la frustración, el conformismo generalizado, (…) la fuga al consumo, (…) el fatalismo, (…) perpetuamente distraído, pasando de un “disfrute” a otro, sin memoria y sin proyecto, dispuestos a responder a todas las exigencias de una máquina económica que cada vez más destruye la biosfera del planeta para producir ilusiones llamadas commodities”. Un ser incapaz de hacerse cargo de sí mismo, completamente sin poder.

Castoriadis detalla (desde los años sesenta) la muy clara separación entre la vida privada de los individuos y la vida pública de la sociedad. Estas dos vidas, estas dos esferas no se mezclan bien, los individuos se preocupan solo de su rutina y dejan que sus representantes políticos se las arreglen por sí mismos: “Lo público o más exactamente lo social se ve no solo como ajeno u hostil, sino como un escapar de la acción de los hombres”. Las ‘oligarquías liberales’ contemporáneas, nuestras ‘democracias’, prosperan con esta renuncia.

Castoriadis habla en última instancia de la descomposición de nuestra sociedad, que se ve sobre todo en la desaparición de los significados, la desaparición casi total de los valores: “El único valor que sobrevive es el consumo”. Estamos en una sociedad cada vez más desinteresada de la “política”, es decir, su destino como sociedad, y que favorece la economía. Esta crisis está ligada para Castoriadis al “colapso de la autorrepresentación de la sociedad”, a la ausencia de un proyecto, de un horizonte, a una “inhibición del poder de creación”. En esta histórica puerta cerrada, las limitaciones que paralizan la imaginación y la actividad política hacen posible los retrocesos hacia la “Barbaríe”. ¿Qué pasa con el “socialismo” en todo esto?

Redefiniendo el proyecto revolucionario

Socialisme ou Barbarie ha tenido un papel fundamental en el surgimiento de una nueva crítica al capitalismo. Pero en 1967, la organización se disolvería a raíz de desacuerdos internos sobre qué dirección estratégica tomar. Castoriadis, por su parte, persigue su reflexión de forma independiente y no dogmática. Cuestionando la actualidad del proyecto revolucionario, se ve llevado a redefinir los aportes de la herencia del movimiento obrero.

Su “ruptura” con el marxismo es, ante todo, una reacción contra las áridas y erróneas interpretaciones de algunos de los entonces fanáticos de moda del autor de El capital. Pero sobre todo es la conciencia de una falla en el pensamiento del filósofo alemán. Por su culto al racionalismo científico, Marx, para él, cometió el error de creer que leyes definitivas podían explicar todos los mecanismos sociales. Al hacerlo, se une a las teorías capitalista y determinista de la racionalidad económica, donde lo económico es un sistema predominante, separado del resto de las relaciones sociales, y donde se constituye como la única motivación para la acción humana. El marxismo, por tanto, permanece anclado en la perspectiva capitalista, lo que facilita aún más su recuperación (por ejemplo, mediante la socialdemocracia). Por tanto, debemos romper con el “economismo” y su lógica determinista.

Pero su crítica a Marx no se traduce en una negación del proyecto revolucionario ni en una manifestación a favor de la democracia liberal. Por el contrario, es el deseo de devolver todo su sentido a la perspectiva emancipadora y revolucionaria lo que animará su reflexión. La nueva situación, el dominio indiviso del capitalismo, exige un nuevo pensamiento radical. Conserva la esencia original del pensamiento político de Marx: la reintegración de lo teórico a la práctica histórica. En otras palabras, no interpretar más el mundo, sino transfórmalo.

Para Castoriadis, el advenimiento de una sociedad autónoma requiere una revolución. Pero para él, la revolución no es solo un momento único y brutal, ni abre repentinamente las puertas a una época paradisíaca. La revolución es ante todo un proceso, que puede llevar tiempo, donde la autonomía y el socialismo ya se ponen en práctica, y que cuestiona la sociedad en su conjunto. ¿Por qué necesitamos una revolución para cambiar la sociedad? Castoriadis insiste en el aspecto global de nuestra sociedad: todo pende de él, la alienación concierne a todos los ámbitos de la vida, la economía, la cultura, etc. La crítica de la sociedad debe “extenderse a todos los aspectos de la vida moderna”. Y el derrocamiento de esta sociedad, por tanto, solo puede ser total.

¿Cuáles son las formas de tal trastorno? “En cuanto a las formas de organización y acción de la población, la idea central es competir y marginar a los partidos políticos mediante la creación e implementación por parte de la población de órganos colectivos autónomos y democráticos. Castoriadis habla de “la autonomía del proletariado: (…) este último debe llegar a la conciencia socialista sólo en y a través de su propia experiencia”. Por tanto, la emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores. La diferenciación entre líder y dirigido debe ser abolida por la acción colectiva que encuentra su forma más exitosa en la idea moderna de los consejos de trabajadores. Más ampliamente que el proletariado único, concierne a todas las mujeres y hombres que están sometidos al sistema.

El “socialismo”, escribe, “no puede ser el resultado fatal del desarrollo histórico, ni la violación de la historia por un partido de superhombres, ni la aplicación de un programa que surge de una teoría verdadera en sí misma, sino del desencadenamiento de la libre actividad creativa de las masas oprimidas, desencadenante que el desarrollo histórico posibilita y que la acción de un partido basado en esta teoría puede facilitar enormemente”.

Castoriadis define el socialismo como la voluntad de establecer una sociedad caracterizada por el control consciente de los hombres sobre su existencia, su actividad y sus productos: “El socialismo tiene como objetivo dar sentido a la vida y obra de los hombres, para posibilitar su libertad, su creatividad, su positividad, a desenvolverse, a crear vínculos orgánicos entre el individuo y su grupo, entre el grupo y la sociedad, para reconciliar al hombre consigo mismo y con la naturaleza”.

El proyecto de autonomía

La obra de Cornelius Castoriadis se basó en esta cuestión política crucial: “¿Cómo puede la gente ser capaz de resolver sus problemas por sí mismos? “.

El inicio de una respuesta se encontrará en el desarrollo del proyecto de la Autonomía (I). La lucha contra la alienación, contra la “heteronomía” se convierte en una lucha por la autonomía. Es decir, la capacidad consciente de los seres humanos de tener el control total de su vida, de su sociedad, de las instituciones que crean para sí mismos. El quid de esta cuestión de autonomía y heteronomía es la idea de que cualquier sociedad humana, cualquier institución, fue creada por humanos, pertenece al dominio humano y puede cambiarse. Es para que los humanos comprendan que su sociedad les pertenece, que solo funciona a través de su participación más o menos forzada, que pueden reclamarla.

Los países occidentales alaban su modelo de “democracia” y lo presentan como resultado de ideales humanistas. Pero seamos claros: nuestra “democracia” es sólo una democracia representativa, lejos del “poder del pueblo” que su mismo nombre debería designar. Frente a nuestro modelo de democracia representativa, Castoriadis propone el de democracia directa, “caracterizada por tres rasgos esenciales: el pueblo frente a los “representantes”, el pueblo frente a los “expertos”, la comunidad frente al “Estado”. En la democracia directa, según el principio de autonomía, cada ley es decidida directa y colectivamente por todas las personas a las que se aplica, “para que el individuo pueda decir”, reflexiva y lúcidamente, que esta ley es también la su ley”. La autonomía supone, por tanto, “un estado en el que la cuestión de la validez de la ley permanece abierta permanentemente”. Es este un cuestionamiento muy político, colectiva, lúcido, deliberado y continuo, lo que importa: Castoriadis lo asocia con la filosofía y “la verdad como un movimiento interminable de pensamiento que prueba constantemente sus límites y gira en torno hacia ella – incluso a la (reflexividad)”. Castoriadis, por tanto, afirma que no podemos confiar en ninguna certeza, ningún principio absoluto, para justificar nuestras elecciones como sociedad. Recuerda que toda la responsabilidad de una elección política recae en el hombre, que esta elección depende sólo de él, que debe ser consciente de ella y asumir esta responsabilidad.

Esta idea de responsabilidad debe conducir a una autolimitación voluntaria. Dentro de la sociedad autónoma, nada ni nadie más que su propia conciencia, su propia ética, su propio reflejo debe limitar la creatividad de los hombres.

Para implementar la democracia directa, por supuesto, tendremos que abandonar la democracia actual y cambiar nuestras instituciones, pero también y sobre todo tendrá que cambiar las mentalidades. “Si [los ciudadanos] no son capaces de gobernar -lo cual queda por demostrar- es porque toda la vida política apunta precisamente a desaprenderlos, a convencerlos de que hay expertos a los que les hace falta encomendar negocios. Por tanto, existe una contraeducación política. Si bien las personas deben acostumbrarse a ejercer todo tipo de responsabilidades y tomar la iniciativa, se acostumbran a seguir o votar las opciones que otros les presentan. Y como la gente está lejos de ser estúpida, el resultado es que cada vez creen menos y se vuelven cínicos (…) Las instituciones actuales rechazan, alejan, disuaden a la gente de participar en los negocios”. Los seres humanos deben dejar de ver la política como un campo separado y especializado, y deben aprender a verla “como un trabajo que involucra a todos los miembros de la comunidad involucrada, que presupone la igualdad para todos y tiene como objetivo hacerla efectiva”. El proyecto de una sociedad autónoma puede parecer una utopía hermosa, abstracta e ideal… Pero Castoriadis recuerda que este proyecto, este sueño existe desde hace cientos y miles de años, desde que empezamos a hablar de Democracia en la antigua Grecia. Implica “una mutación antropológica”.

Los movimientos que construyen una sociedad revolucionaria no significan simplemente cambiar las estructuras administrativas, las instituciones o el aparato de producción… Significa cambiar los valores, las costumbres, la moral, la mentalidad: “Es sólo al nivel cultural que una política de la libertad puede estar arraigada de manera profunda y duradera y, por lo tanto, puede ser investida por individuos”. Es a través de la educación, lo que él llama “paideía”, “La paideía, educación-socialización, (…) tiene la función de encarnar y transmitir la concepción (…) del bien común”. De hecho, como en cualquier sociedad, la educación, la socialización, la aculturación, hacen el vínculo entre cada individuo y el conjunto de la sociedad, entre el dominio íntimo, personal y el dominio colectivo de las estructuras sociales. Castoriadis hace de la paideía “la institución más radical, central y fundamental del proyecto de autonomía”.

NOTAS:

1 – Un poco de etimología… Auto = lo mismo, hetero = lo otro, nomos = la ley, por lo tanto autonomía = ejecutar leyes que nos da el demos (“sabiendo que lo hacemos” agregaría Castoriadis), heteronomía = ejecutar leyes dadas por otros.

BIBLIOGRAFÍA

Obras de Castoriadis

L’institution imaginaire de la société – Le Seuil – 1975

Les Carrefours du labyrinthe – Le Seuil – 1978

La Montée de l’insignifiance – Le Seuil – 1996

Une société à la dérive, entretiens et débats 1974-1997 – Le Seuil – 2005

Sobre el pensamiento de Castoriadis

Gérard DAVID, Cornélius Castoriadis : le projet d’autonomie – Michelon – 2000

L’étude la plus complète sur sa pensée politique.

Nicolas POIRIER, Castoriadis: l’imaginaire radical – PUF – 2004

Fuente: http://rebellion-sre.fr/cornelius-castoriadis-au-coeur-du-labyrinthe/

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À propos de l'auteur Rébellion

Rébellion est un bimestriel de diffusion d’idées politiques et métapolitiques d’orientation socialiste révolutionnaire.Fondée en 2002, la revue Rébellion est la voix d’une alternative au système. Essentiellement axée sur les sujets de fond, la revue est un espace de débats et d’échanges pour les véritables opposants et dissidents. Elle ouvre ses colonnes à des personnalités marquantes du monde des idées comme Alain de Benoist, David L’Epée, Charles Robin, Pierre de Brague, Thibault Isabel, Lucien Cerise … Rébellion se veut également un espace « contre-culturel » au sens large (arts, littérature, musique, graphisme).

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