Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Artículo publicado en el número 41, marzo / abril de 2010, de Rébellion
Nuestra lucha coincide con el inicio del siglo XXI y el agotamiento de los esquemas ideológico-políticos del siglo anterior. Sin embargo, muchos de estos esquemas intentan mantenerse vigentes y sostienen la división existente entre la derecha y la izquierda. Además, este esquema no desaparecerá de inmediato, ya que el mismo es un dispositivo esencial y representativo que es necesario para la defensa del núcleo duro del Sistema.
Sin embargo, no nos corresponde a nosotros el crear algo “nuevo” a cualquier costo. Las personas que se dicen ser “innovadores” en política a menudo reciclan viejas modas para promocionarlas mediante una pésima estructura de marketing. No obstante, nuestros referentes son muy claros: ellos forman parte de una larga tradición de rechazo al dominio histórico de la economía de mercado y también fueron críticos frente al creciente dominio del capital. Este rechazo se puso la máscara del socialismo durante todo el siglo XIX y terminó por cristalizarse en la forma de una teoría, siendo su expresión más radical el comunismo revolucionario. Nuestros referentes son principalmente la rica herencia que nos dejó el socialismo, además del importante aporte que también nos proporcionaron Karl Marx y Friedrich Engels (y de forma más amplia también pensadores y corrientes intelectuales nacidas de sus aportes teóricos como los de G. Lukacs, Guy Debord o C. Castoriadis).
Tampoco estamos tratando de impulsar un nuevo “retorno a Marx”, lo que en sí significaría que por fin la teoría comunista finalmente se habría adecuado a su ideal (idea que no tendría ningún significado para el mismo Marx, ya que “es el movimiento real de las cosas lo que anula las condiciones existentes”). El autor de El capital siempre ha insistido en que su análisis de la realidad no era una teoría abstracta, sino un estudio de las condiciones reales y objetivas de la existencia humana. En efecto, la teoría revolucionaria nace de las cuestiones prácticas que los hombres se plantean durante su lucha histórica y no de un ámbito autónomo específico determinado por las preocupaciones de los intelectuales que tienen un sesgo más o menos ideológicos.
Somos un “síntoma”, es decir, una expresión de la profunda crisis que esta atravesando el sistema capitalista en esta etapa donde se ha consumado el dominio real del capital sobre todos los aspectos de la vida social (algo que se llama comúnmente “globalización”). Habiendo la dinámica misma del capitalismo alcanzado la dominación total del mundo, ahora mismo se encuentra frente a un impasse en el sentido de que ya ni siquiera puede asegurar en apariencia un desarrollo coherente para el futuro de la Humanidad.
La esencia del capital es la globalización; ello significa la realización efectiva del devenir-mundo de la economía mundial. Su objetivo final, inherente al ciclo del valor abstracto, termina por reflejarse en la representación ideológica dominante la cual es representada por el término “globalismo”. El globalismo es la expresión del fatalismo ideológico de todas las clases dominantes que son presas del vértigo ante las exigencias de la ley sostenida por la tasa de ganancia. El globalismo es el “consuelo mental” que han creado las clases dominantes (y la oligarquía política encargada de representarlas) con tal de darse a sí mismas un lugar dentro de un mundo que ya no controlan. Es el “destino” de la ley de la tasa de ganancia el convertir todo en una carrera hacia el vacío existencial y el caos social.
“Desafortunadamente”, el capital no ha logrado erradicar por completo la memoria histórica de los pueblos y en la cual se manifiestan muchos momentos donde se ha luchado contra él, además de las muchas contradicciones que hicieron emerger a todas las conciencias que concibieron realizar una crítica radical contra el capital y pensaron en la necesidad de superar las contradicciones alienantes de la existencia humana. Al imponer la hegemonía de la economía sobre la vida social, el capital produjo correlativamente el nacimiento del proletariado. Sin embargo, no existe en el proletariado un vínculo orgánico como el que existía en las viejas estructuras comunitarias con las clases dominantes, un vínculo que era la base del ser social (“Gemeinwesen” en Marx). De ahí la posibilidad del proletariado de negarse a sí mismo como objeto de explotación del capital, mientras que también niega la necesidad de su perenne existencia. La conciencia revolucionaria, tras varias fases por las cuales avanza y retrocede a lo largo de la historia, encontró en el proletariado la expresión de un verdadero camino para superar la alienación que enfrenta. El proletariado ha tenido a veces la audacia de emprender esta lucha varias veces.
Como cualquier síntoma, nuestra acción refleja el sufrimiento que enfrentamos ante este mundo enloquecido. Pero en general, tal cosa es únicamente un signo de la necesidad de retornar al orden real de las cosas. ¿Acaso fallara el reduccionismo que impone la maquinaria capitalista? ¿Encontrará algún obstáculo la instrumentalización-manipulación de los seres? Sí, nosotros pensamos que existe una esencia en el hombre que Marx definió como una ontología del ser social. Marx piensa la vieja cuestión filosófica del “ser”, tanto en términos de la naturaleza del conocimiento humano y los diferentes avances que logra, algo que se da igualmente en las relaciones prácticas que los hombres mantienen entre sí, además de las relaciones que establecen con la naturaleza, las cuales son simplemente la expresión de los dos lados mismos de la dialéctica que existe como sustancia actuante; a esto lo podemos llamar la ontología del ser social.
Conocemos el apego de Marx a la idea aristotélica que considera que el hombre es un animal político. Cabe señalar que en el pensamiento marxista no se trata de identificar una abstracción muerta y osificada de la esencia humana, sino al contrario de referirse a la praxis humana y a sus diversas metamorfosis. En efecto, existe una cuestión ancestral que fundamenta todo esto y que es el corazón auténtico de toda nuestra reflexión filosófica. Para analizarla, debemos intentar ver las cosas desde el ángulo que impone la realidad misma del capital. Globalmente, esto último obstaculiza la praxis humana, la existencia misma y el desarrollo del hombre que alcanza su plenitud.
Esta propuesta puede resultar ser muy extraña para un mundo dominado por el frenesí y donde todo parece “moverse” de forma permanente. Igualmente, resulta paradójico decir que el capital tiende a hacer desaparecer todas las relaciones sociales que existen en un mundo donde todos parecen estar en contacto (virtual) con todos los demás. Pero en semejante realidad sólo existe el espectáculo de una reversión alienante. Es una inversión que refleja la pérdida de la esencial, es decir, se trata de una parálisis donde cualquier praxis autónoma termina por constituirse en una de las múltiples comunidades humanas. Actualmente, esta esencia se encuentra casi totalmente vaciada de cualquier sustancia viva que no sea otra que las demandas sustentadas por la mercancía: aquello que Marx designa bajo el concepto de cosificación. En otras palabras, el hombre produce algo que no es él mismo, ¡aunque el productor de todas esas cosas sea el hombre! El capital es una contradicción creada por el hombre en el sentido de que es una contradicción muy real en el corazón mismo del hombre como tal.
Alain de Benoist describe particularmente bien esta descomposición de los vínculos humanos y sociales que acontecen hasta convertirse en una “presencia virtual”: “la sociedad en la época de la globalización es una “sociedad líquida” donde las relaciones, las identidades, las afiliaciones políticas e incluso las categorías de pensamiento terminan por convertirse al mismo tiempo en algo polimórfico, efímero y desechable. Los votos electorales obedecen a un principio de rotación cada vez más acelerado (terminamos por votar por todos los partidos políticos en el transcurso de nuestra vida). Los compromisos políticos, que han perdido todo carácter militante “sacerdotal”, se han convertido en algo transitorio. Las luchas sociales transcurren durante períodos de tiempo cada vez más estrechos. Los lazos amorosos terminan por ser influidos por esos mismos principios: el matrimonio por amor es la principal causa de divorcio, los matrimonios y las relaciones son cada vez más cortos. Hace apenas diez años, la duración media del matrimonio en los países occidentales era de siete años. Hoy solo dura dieciocho meses. Cualquier compromiso a largo plazo, ya sea en la política o en el amor, se equipará con una pérdida de libertad o se vuelve incomprensible. El debilitamiento de los vínculos o las relaciones humanas, íntimas o sociales, llevan a la desintegración de todas las formas existentes de solidaridad duradera, pero también imponen un sentimiento de impotencia (se tiene la impresión de no controlar hoy en día nada) que da nacimiento a sentimientos de incertidumbre, ansiedad e inseguridad” (1).
La idea que tenemos del “síntoma” es que se trata de la expresión de la lucha existente dentro del capital con respecto a cualquier relación social y, en consecuencia, frente a la relación de explotación/alienación. Este “síntoma” atestigua que el capital no ha bloqueado definitivamente el proceso histórico y que su loco sueño de expulsar totalmente al ser humano auténtico como referencia básica del ser social es un sueño puramente utópico.
En un texto reciente, que podemos considerar como uno de los análisis más ricos sobre los orígenes de la crisis actual, los pensadores Gilles Dauvé y Karl Nesic describen como el sueño de la burguesía se ha convertido en nuestra pesadilla: “Una de las principales causas de la crisis actual es el intento del capitalismo de realizar una de sus utopías. Al contrario de lo que a veces se dice, la burguesía no sueña con un universo robótico o hiper-policial, sino con una sociedad sin trabajadores, en todo caso se trata de un mundo sin empleados a los cuales se les confiere la función de convertirse en un posible bloque que tenga alguna fuerza. Persiguiendo este fin, ya desde la década de 1980, la burguesía se ha esforzado por recomponer la población activa de los llamados países desarrollados en torno a tres grupos principales: (1) empleados que trabajan en servicios poco cualificados, en particular entre los “servicios personales”, pero donde también encontramos a muchos trabajadores manuales que siguen siendo esenciales para el transporte físico de las mercancías (camioneros, manipuladores de las cosas, etc.), empleados que se encuentran dispersos y que tienen la reputación – errónea – de ser incapaces de auto-organizarse; (2) los empleados semi-cualificados del sector terciario (entre ellos, los famosos “intelectuales del precariado”) que son asignados a la docencia, a los medios de comunicación, a la publicidad, a la investigación, a campos que se encuentran hoy inter-penetrados y que giran en torno a las múltiples facetas de la comunicación; y (3) los empleados cualificados y bien pagados que terminan administrando y organizando a los dos primeros grupos. A pesar de su precariedad y la modestia de sus ingresos, el conjunto n°2 comparte los modos de pensamiento y, en la medida de lo posible, el mismo modo de consumo del conjunto n°3: ambos tienen en común, efectivamente, agrupar a todos los que “manipulan los símbolos”. También es posible que una minoría de los miembros del segundo grupo se unan al tercero. El grupo n°1, por supuesto, es el único que tiene acceso verdadero “al precio prohibitivo” de los equipos y dispositivos de alta tecnología. En cuanto a los soportes materiales, que son inevitables (porque no todo se puede virtualizar), para una vida cada vez más dedicada a lo inmaterial y al conocimiento, se espera que la fabricación de los dispositivos electrónicos estará asegurada por la explotación que se produce en otro lugar, lejos, preferiblemente en el extranjero (…). Sistematizar al precariado es la estrategia del capital para combatir al proletario, el cual es considerad siempre como algo demasiado excesivo, y que existe todavía simplemente porque se le ha otorgado algo de tiempo prestado, mientras se está a la espera de encontrar y contratar en Marruecos o la India a muchos otros empleados que harán las mismas tareas por una cantidad menor de dinero, esta situación se mantendrá hasta el día en que el automatismo termine por convertir a la intervención humana en algo innecesario” (2).
Podemos decir, sin necesidad de exagerar, que el capital esta liderando una guerra despiadada contra la humanidad en el sentido de que instrumentaliza/manipula su ser genérico. Expliquémonos mejor: tanto la ideología globalista como el imperialismo, junto con la destrucción de las naciones, la devastación ambiental, la gobernanza mundial, el falso antirracismo de los medios de comunicación, la confiscación del conocimiento científico por parte de las multinacionales, etc., son dispositivos que bloquean el surgimiento de cualquier comunidad humana (el “das Gemeinwesen” de Marx). Todos ellos representan inversiones paródicas del proceso que Lukacs definió como un salto cualitativo que pasa del género en sí al género para sí, es decir, el paso de la sumisión de la humanidad a la pura necesidad económica.
Esta necesidad de superar la alienación se refleja, a veces muy torpemente, en la lenta comprensión de la imposibilidad de llevar una vida propiamente humana en medio del caos social y económico engendrado por el creciente empobrecimiento del proletariado. Nuestro enfoque crítico es, por tanto, una respuesta a la generalización del modo de producción capitalista a todo el planeta – en extensión e intensidad -, a la estandarización de las condiciones de existencia impuestas a todos los pueblos, a lo que los camaradas de “La Internacional” llamaban la “sociedad de la indistinción”. Como escribió Guy Debord: “todo lo que se experimentó de forma directa se ha desvanecido en medio de la simulación”.
Ante esta situación, creemos que la única respuesta política válida consiste en no admitir las reglas del juego político que nos impone el sistema y denunciar esas reglas como un simple discurso, pura charlatanería que no es más que un espectáculo inconsistente, una verbigeración que tiende a imponer silencio sobre cualquier pretensión existencial cualitativa. En la etapa actual del capitalismo, la ideología dominante es una parodia y un cambio cualitativo del género para sí (que, recordemos, sería el fin de la alienación económica), porque la realidad de la globalización es una especie de vasta manipulación de la raza humana que ha de convertirse en el objeto exclusivo del proceso de revalorización del capital.
Notas:
1- Alain de Benoist, l’Homme Numérique, articulo extraído del Spectacle du Monde (Mars 2010). Disponible en la red: http://www.lespectacledumonde.fr
2- Gilles Dauvé & Karl Nesic, Sortie d’Usine, Trop Loin. Mars 2010.
http://troploin0.free.fr/ii/index.php/textes/50-sortie-dusine
Fuente: http://rebellion-sre.fr/symptome-dune-epoque-crise-elements-pensee-authentiquement-rebelle/
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