Ahora que están disponibles en francés los textos de carácter político que escribió Cioran entre 1932 y 1941, el público francófono por fin descubre un Cioran comprometido y apasionado. ¿Existe un antes y un después de 1941, el de un Cioran transformado hasta el punto de romper por completo con su pensamiento de los años treinta? Nada de eso.
Emil Cioran (1911-1995) se matriculó en la Sorbona en 1937. En el otoño de 1940, regresó a Rumanía, entonces encabezado por el general Ion Antonescu. Posteriormente al golpe de Estado de Antonescu del 21 de enero de 1941, comienza un nuevo período de persecuciones contra la Guardia de Hierro. Después de eso, Cioran regresó a Francia donde fue nombrado asesor cultural de la delegación rumana de Vichy. Nunca volverá a Rumanía. A partir de 1947, decidió escribir solo en francés.
E. Cioran fue a Alemania cuando inició su periodo nacionalsocialista y permaneció allí desde el otoño de 1933 hasta el otoño de 1935. Su admiración por Hitler fue ilimitada: “Ningún político en el mundo de hoy me inspira tanta simpatía y admiración como Hitler (…) Sus discursos están imbuidos de un pathos y un frenesí que solo la visión de un espíritu profético es capaz de alcanzar”. Todavía siente la misma admiración para marzo de 1937: “Creo que hay pocas personas, incluso en Alemania, que sienten una admiración hacia Hitler tan grande como la mía”. En enero de 1935, mientras estaba todavía en Berlín, lo que más asombra al joven Cioran es el movimiento juvenil, independientemente de cualquier crítica que pudiera hacerse contra el hitlerismo y la ideología nacionalsocialista. : “El hecho de que los jóvenes estén organizados de manera tan brillante en la nueva Alemania, que posean una misión vital y activa por su nación, hace evidente que el nacionalsocialismo salvó a toda una generación de la desesperación, eso me impulsa a cerrar los ojos frente a los innumerables callejones sin salida de sus teorías”. Este culto a la juventud, que se podía observar en Alemania, era más fundamental que la ideología (las ideas tienen poco valor en sí mismas) y, además, “si yo llegase a ver una juventud comunista tan enérgica como la juventud alemana, no expresaría menos mi admiración”. Cioran está fascinado por el vitalismo que emana del nacionalsocialismo: “Si tengo simpatía por Alemania, no es porque me importen los hombres ni sus ideas, sino por el frenesí que parece invadir todo el país”.
Cioran no fue el único que quedó impresionado por este éxtasis colectivo, ni mucho menos por esa intensa exaltación hasta llegar al absurdo, por ese impulso irracional por sacrificar la vida: no podemos juzgar ese ardor a la luz de los acontecimientos posteriores. El propio Raymond Aron admitió que “en septiembre de 1938, la mayoría de los alemanes se habían unido al régimen debido a los éxitos logrados, a saber, la liquidación del desempleo, el rearme, la creación de un Gran Reich, la anexión de Austria y los Sudetes sin la necesidad de una guerra: su trabajo aparentemente había superado el de Bismarck. Si Hitler hubiera muerto, de repente, a raíz del Acuerdo de Munich, ¿no habría pasado la histórica como uno de los alemanes más grandes de todos?” (1).
No estamos aquí para dar disculpas, ese no es nuestro punto central. Queremos explicar, entender antes que nada este exceso de Cioran del que nunca rehuyó a lo largo de su vida y que constituyó la originalidad de todo su estilo.
¿Ruptura?
Cioran regresó repetidamente a su pasado. Escribió una vez en Ecartonnement(Gallimard, 1979): “¿Cómo llegué a ser quién soy?”. También expresó su opinión sobre ciertos políticos rumanos, entre ellos Iuliu Maniu (1873-1953), que fue tres veces primer ministro entre 1928 y 1933 y, en general, sobre la democracia. En 1994, durante una entrevista, Cioran dijo: “La democracia en Rumania no era una democracia real. Yo era antidemocrático porque la democracia no se podía defender (…) Ataqué a alguien por quien tenía el mayor respeto, ese fue Iuliu Maniu, el líder de los demócratas rumanos. Escribí un artículo en el que decía que Maniu, que debía ser el más grande demócrata del mundo, debería haber sido el líder de un partido sueco, en un país nórdico. Pero no en un país como Rumanía. (…) Maniu solo luchó con puros conceptos y esos conceptos no tenían ninguna validez en los Balcanes. Existía la democracia en Rumania, en el partido liberal de Maniu, pero en una situación difícil esa clase de partidos no es capaz de sostenerse” (2). En un texto escrito entre 1940 y 1950, Cioran explica el desarrollo y el fanatismo por el que atravesó en los años 30: “La juventud es fanática por inclinación, por naturaleza y también por perversión (…) A los veinte años, la ‘democracia’ me parecía pura y simplemente inconcebible: es porque tenía la edad para sostener convicciones fuertes y la enorme atracción que ellas implican. Cualquier forma de intolerancia parecía preferible a una discusión: no podía imaginar que uno fuera capaz de convivir con su adversario”. Y entonces Cioran se hizo demócrata: “Cuando, debido a la experiencia y al desgaste producido por los años, perdí mis convicciones, estuve obligado a no creer en nada más y seguir creyendo en algo de cualquier manera: me volví demócrata. Cuando supe que terminaría siendo así, me di cuenta de que mi juventud terminó para siempre”.
1941, el año de la transición, E. Cioran escribe De la France, un himno de amor a ese país en el que viviría hasta el final de sus días: un texto que contrasta con todos sus escritos anteriores. Unos años antes, su admiración se había dirigido hacia Alemania, al culto hacia el héroe, debido a “las visiones heroicas de la mitología germánica” mientras que, por el contrario, “el héroe (…) nunca fue un ideal o tuvo un culto en Francia”. (L’Allemagne et la France ou l’illusion de la paix, Berlín 1933). Esta vez, Cioran ya no evoca la disciplina de los alemanes sino “los diálogos soporíferos de la novela alemana, la incapacidad nacional para ir más allá de un monólogo (…) La poesía, la música y la filosofía son actos únicamente de los individuos. El alemán no existe sino como un solitario o en número. Nunca existe como diálogo, mientras que Francia es el país del diálogo y rechaza las insípidas o sublimes inspiraciones de sus vecinos insulares o del otro lado del Rin” (De la France).
Continuidades
¿Podemos decir que Cioran rompió totalmente con su pasado? Nos parece que sería oportuno distinguir entre su compromiso de juventud, por un lado y las influencias intelectuales que subyacen a toda su obra, por el otro.
Así, el tema de la decadencia, que estaba presente en sus escritos juveniles, seguirá igualmente presente en sus escritos posteriores. Para darnos cuenta de eso, simplemente comparemos dos textos. En Apologie de la barbarie (1933), Cioran escribe: “¿De qué sirve retrasar la decadencia y consolidar esa misma decadencia, cuando la barbarie podría reemplazar toda esa miseria con explosión sublime de fuerza y energía? Debemos resolver como superar la decadencia, entusiasmarnos con el fenómeno apocalíptico de la barbarie. Esperar esa barbarie hace más dramático este calvario decadente al mismo tiempo que aceptamos las seducciones de la revolución, de esa transformación orgánica (…) No podemos concebir creatividad de la barbarie sin ese caos inicial, sin ese torbellino demoníaco, dramático, sin esa terrible explosión en la que todas las estructuras antiguas son destruidas (…) Los que quieran seguirme el camino de la barbarie tendrán que renunciar al sentimiento de la forma y no tenerle miedo al caos (…) Porque en la barbarie el caos no se encuentra vacío, por el contrario es la única realidad que llevará a la aparición de la aurora. ¡Viva el caos!” En Précis de décomposition (1949) sigue el mismo: “El error de quienes se aferran a la decadencia es querer combatirla cuando hay que potenciarla: al desarrollarse, se agota y permite el advenimiento de otras formas. El mensajero verdadero no es el que propone un sistema cuando nadie lo quiere, sino el que precipita el Caos, es su agente y portador (…) Sintiendo todo el peso de la especie y asumiendo toda su soledad. Entonces, ¿por qué no desaparece? Pero su agonía extiende eternamente esa podredumbre”. Incluso el uso de las palabras demuestra esta permanencia: la decadencia, el caos, por solo nombrar unas cuantas. La influencia de Spengler en el joven Cioran se encuentra igualmente en sus obras de madurez: “Una civilización comienza a decaer desde el momento en que la Vida llega a convertirse en su única obsesión (…) En la decadencia, esa sequedad emocional sólo permite las dos formas del sentimiento y la comprensión: la sensación y la idea” (Précis de décomposition). El mismo tema y usando las mismas palabras sigue siendo usado unos años después: “Un pueblo sin mitos está en proceso de despoblamiento (…) Mientras Francia logró transformar sus conceptos en mitos, su sustancia viva no fue comprometida (…) La decadencia es lo contrario a la época de grandeza: es la transformación de los mitos en conceptos” (De la France, 1941). Retoma después esa idea y la incluye en la siguiente formulación: “La actividad fecunda de una civilización consiste en los momentos en que logra sacar ideas de la nada abstracta, en transformar esos conceptos en mitos (…) Cuando los mitos retornan a ser conceptos sucede la decadencia. Y se sienten sus consecuencias: el individuo quiere vivir, convierte la vida en su finalidad, se erige como una pequeña excepción. Los resultados de estas excepciones, que compensan el déficit de la civilización, presagian la desaparición” (Précis de décomposition, 1949). ¿Cómo no pensar en lo que está sucediendo hoy en Europa, donde la ausencia de mitos, la invasión de la seguridad, combinada con el materialismo desenfrenado, han significado la destrucción de nuestra civilización?
Cuando habla de Europa (L’agonie de la clarté et autres textes, rédigés en français dans les années, Les Cahiers de l’Herne, Flammarion Coll. Champs 2015), también la evoca ese declive. “Conozco bastante bien Francia, Alemania, Italia, España e Inglaterra. He viajado por estos países. Un soplo de apatía los atraviesa. Una parálisis de la voluntad, como la que se encuentra en los imperios en decadencia, convirtiéndolos en espectadores de su propia impotencia. Ya no encuentran dentro de sí ningún principio vivo. Son incapaces de algún frenesí, de un delirio, sólo poseen manías, son los celos de los viejos (…) Europa ha triunfado; no puede ir más allá de su fin, evitar su vejez, salvarse de las apariencias (…) Están en una apatía colectiva, fruto del cansancio de siglos, y no de un accidente, no tienen remedio (…) El vacío de Europa me marea”. Esto fue escrito hace más de sesenta años y solo podemos admirar que Cioran fuera tan visionario y que lamentablemente los eventos posteriores le dieron toda la razón. En 1987, respondiendo a una entrevista, volvió al tema de Europa: “Creo que el futuro de Europa es muy incierto; e incluso creo que ya no tiene futuro alguno (…) la decadencia de la cultura occidental es evidente para mí (…) No creo en el futuro de Europa ahora. Creo que esta desgastada (…) Si quisiera ahora definir a Occidente, podría decir que es de la clase que ha perdido todas sus ilusiones”. Para Cioran existe un nexo entre de la decadencia de Francia, “donde hay una especie de cansancio histórico que caracteriza este país” y “esta ridícula polémica sobre la derecha y la izquierda”. Este comentario, que data de 1987, se compara con lo que escribió en 1936: “Me asquean estos ideólogos parlanchines que sólo conocen sobre la izquierda y la derecha, odio incluso la mediocridad de su pensamiento que simplifica la historia en sí con tal de que no tengas ganas de pensar más en la misma”. O lo que decía en 1937: “Aquí uno nace entre los intelectuales, que hoy en día, viven en una extraña furia de sumisión, en la necesidad de la ceguera, en el placer de la degradación. Ya nadie quiere ser libre. Aquí es donde hay que buscar pasión por la derecha o por la izquierda”. ¡Qué actuales son estas palabras!
Podríamos multiplicar los ejemplos y los paralelismos como si se tratara de algo que habla de la Libertad, la filosofía, la exaltación de la vida, todo contribuye a mostrar que prevalece la permanencia y, desde ese pasado, el pensamiento de Cioran simplemente se ve reforzado por el transcurrir de los años, pero ya estaba formado en sus textos de juventud, cuyo exceso hay que situar en el contexto de su época. El pensamiento de Cioran sigue siendo en todos esos aspectos tan rico como siempre e igual de actual.
Por Yannick Sauveur
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
CIORAN – Apologie de la barbarie – Berlín-Bucarest (1932-1941), Editions de L’Herne 2015.
Notas:
1. Raymond Aron, Mémoires, Julliard 1983. 2. Citado en Apologie de la barbarie, nota p. 220.
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